Amor
El amor es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres, definido de
diversas formas según las diferentes ideologías y puntos de vista (científico, filosófico, religioso, artístico).
Habitualmente, y fundamentalmente en Occidente, se interpreta como un sentimiento
relacionado con el afecto
y el apego,
y resultante y productor de una serie de emociones,
experiencias
y actitudes.
En el contexto filosófico, el amor es una virtud
que representa toda la bondad,
compasión
y afecto
del ser humano.
También puede describirse como acciones dirigidas hacia otros y basadas en la
compasión, o bien como acciones dirigidas hacia otros (o hacia uno mismo) y
basadas en el afecto.1
En español, la palabra amor (del latín,
amor, -ōris) abarca una gran cantidad de
sentimientos diferentes, desde el deseo pasional y de intimidad del amor
romántico hasta la proximidad emocional asexual del amor
familiar y el amor platónico,2
y hasta la profunda unidad
o devoción
del amor religioso.3
En este último terreno, trasciende del sentimiento
y pasa a considerarse la manifestación de un estado de la mente o del alma,
identificada en algunas religiones con Dios
mismo o con la fuerza que mantiene unido el universo.Las emociones asociadas al amor pueden
ser extremadamente poderosas, llegando con frecuencia a ser irresistibles. El
amor en sus diversas formas actúa como importante facilitador de las relaciones
interpersonales y, debido a su importancia psicológica central, es uno de los
temas más frecuentes en las artes creativas (música, cine, literatura).
Desde el punto de vista de la ciencia, lo que conocemos como amor parece ser
un estado evolucionado del primitivo instinto de supervivencia, que mantenía a
los seres humanos
unidos y heroicos
ante las amenazas y facilitaba la continuación de la especie
mediante la reproducción.4
La diversidad de usos y significados y la complejidad
de los sentimientos que abarca hacen que el amor sea especialmente difícil de
definir de un modo consistente, aunque, básicamente, el amor es interpretado de
dos formas: bajo una concepción altruista, basada en la compasión y la
colaboración, y bajo otra egoísta,
basada en el interés individual y la rivalidad. El egoísmo suele estar
relacionado con el cuerpo y el mundo material; el altruismo, con el alma y el
mundo espiritual. Ambos son, según la ciencia actual, expresiones de procesos cerebrales que la evolución proporcionó al ser
humano; la idea del alma, o de algo parecido al alma, probablemente apareció
hace entre un millón y varios cientos de miles de años.5
A menudo, sucede que individuos, grupos humanos o
empresas disfrazan su comportamiento egoísta de altruismo; es lo que conocemos
como hipocresía, y encontramos numerosos ejemplos de
dicho comportamiento en la publicidad. Recíprocamente, también puede ocurrir
que, en un ambiente egoísta, un comportamiento altruista se disfrace de egoísmo:
Oskar
Schindler proporcionó un buen ejemplo.
A lo largo de la historia se han expresado, incluso en
culturas sin ningún contacto conocido entre ellas, conceptos que, con algunas
variaciones, incluyen la dualidad esencial del ser humano: lo femenino y lo masculino,
el bien y el
mal, el yin y el yang, el ápeiron de Anaximandro.
Dos
formas de entender el amor
Los seres humanos podemos desarrollar en esencia dos
tipos de actitudes: bajo una de ellas somos altruistas y colaboradores, y bajo la otra somos egoístas
y competidores. Existen personas totalmente polarizadas hacia una de las dos
actitudes por voluntad propia; por ejemplo, los monjes budistas están totalmente volcados hacia el
altruismo, y los practicantes del objetivismo, hacia el egoísmo. Y también existen
personas que combinan ambas formas de ser, comportándose, unas veces, de forma
altruista y colaboradora, otras, de forma egoísta y competitiva, y otras, de
forma parcialmente altruista y competitiva. En algunas partes del mundo
predomina el altruismo (Tíbet),
de modo que el egoísmo se ve en general como algo negativo. Y existen grupos
humanos donde sucede lo contrario. Todas las guerras de la historia nacieron
del egoísmo por parte de, al menos, uno de los dos bandos; todas las
situaciones conflictivas del ser humano proceden del egoísmo.
Enfoque
científico del egoísmo y el altruismo
Representación simplificada de la teoría de Dawkins
acerca del «egoísmo» de la información genética. Todos los genes, como unidades
de supervivencia, son en sí mismos «egoístas», compitiendo entre sí y con los
de otros individuos. Una vez alcanzado cierto grado de organización durante el
proceso evolutivo de las especies, la información genética que produzca un
fenotipo egoísta será a la larga autodestructiva a nivel del grupo humano,
mientras que la que produzca un fenotipo altruista (de egoísmo altruista a
nivel de gen) facilitará la supervivencia de dicha información. Con los genes
actuando irracionalmente, y bajo la «ley natural del más fuerte», se producirá
inevitablemente una supremacía del «gen de egoísmo altruista». El intercambio
de la reproducción sexual a su vez repartirá dicha información genética entre
toda la población.6
Richard Dawkins interpreta ambas actitudes como las
expresiones del instinto de conservación del individuo (egoísmo)
y de la especie (altruismo). Explica que, según una teoría aceptada por algunos
biólogos, heredamos los genes responsables de tales actitudes de especies antecesoras, y que, antes de nuestra
llegada, la evolución
biológica estuvo probablemente controlada por un mecanismo
denominado «selección de grupos»; en virtud de este mecanismo, los grupos de
individuos en los que hubiese más miembros dispuestos a sacrificar su vida por
el resto tendrían mayor probabilidad de sobrevivir que los que estaban compuestos
por individuos egoístas; esto daría como resultado que el mundo terminase
poblado por individuos altruistas. Es una teoría que, aunque proporciona una
explicación para el hecho de que actualmente el altruismo predomine en el
mundo, genera gran controversia en el mundo científico por contradecir
directamente la teoría darwinista;
por ello, la explicación personal del autor acerca de la supervivencia del
altruismo en el marco darwinista del egoísmo individual es que la unidad de
supervivencia no es el individuo, sino el gen;
es decir, bajo este punto de vista, los seres humanos somos «máquinas de
supervivencia» «creadas» por los genes en su propio beneficio.6
Por otro lado, Dawkins explica que la observación de
otras especies animales nos lleva a la conclusión de que normalmente son los
machos los que compiten entre sí para conseguir a la hembra. El macho vencedor
probablemente tendría los genes que garantizarían a su descendencia mayores
posibilidades de supervivencia.6
En cualquier caso, argumenta Dawkins, por el hecho de
ser la primera especie racional, también somos la primera especie en la
historia de la evolución capaz de elegir entre ambos tipos de comportamiento de
forma voluntaria, actuando por lo tanto de forma «independiente» a nuestra
propia programación genética.6
La evolución parece producirse mediante procesos solapados
entre sí y progresivamente refinados. A un nivel inmediato, funciona mediante
un simple, gigantesco e irracional proceso de ensayo y error; los éxitos de
determinado estado de organización facilitan su continuación. No obstante, a
medida que la organización se va desarrollando cada vez más, aparecen de forma
espontánea métodos de predicción estratégica, que eligen caminos indirectos
que, a corto plazo, incluso pueden parecer un error, pero que, considerados en
conjunto, constituyen un acierto; este tipo de «conductas» han podido
observarse en modelos virtuales de evolución programados en una computadora; la
conducta agresiva y egoísta constituye un primer nivel de superorganización, en
virtud de la cual el individuo «comprende» que para su supervivencia debe
«atacar» a sus rivales antes de acudir directamente a la recompensa, y la
conducta altruista es un segundo nivel que surge en el momento en que los
individuos desarrollan la capacidad de comunicarse entre sí; en modelos
computacionales se ha observado el desarrollo completamente espontáneo de
combinaciones de ambos mecanismos, de tal modo que un individuo se comunica con
otros varios y «miente» al resto en beneficio del grupo. El egoísmo, de este
modo, aparece desde la perspectiva del grupo como un comportamiento táctico, y
el altruismo como un comportamiento estratégico.
La inteligencia se constituye como un nivel adicional
de superorganización que permite el análisis de la situación global y la
predicción del mejor camino a seguir mediante la sustitución en buena medida
del método físico del ensayo y error por un proceso paralelo y «virtual»,
también sujeto a evolución, que se desarrolla íntegramente en el cerebro de los
individuos y que se transmite de forma igualmente «virtual» a las generaciones
siguientes mediante la educación. Por el hecho de ser racionales,
todo parece indicar que pronto tendremos la posibilidad de programar de forma
«artificial» nuestra propia evolución de la forma más beneficiosa para todos.7
Concepción
altruista
El altruismo puede entenderse como altruismo puro, donde no existen apego ni deseo,
como en el caso del budismo,
o bien como «egoísmo altruista»,
como en el caso del cristianismo, donde existen apego a un ser superior
y el deseo de obtener la salvación. En la práctica, en ambas religiones
existen apego y deseo, y en el budismo existe una última etapa previa a la iluminación
que consiste en la renunciación a todos los logros conseguidos a cambio de
nada, con el objetivo de destruir el ego completamente. Para el llamado
«altruismo puro», no existe posibilidad de negociación; las relaciones no son
competitivas, sino colaborativas: uno procura el bienestar de los demás sin
esperar nada a cambio, y los demás procuran el bienestar de uno.
El budismo
sitúa al apego
y al deseo
como emociones negativas que también producen ira
y, en definitiva, sufrimiento. Apego, deseo, ira, miedo e ignorancia
(por ejemplo, falta de comprensión del sufrimiento ajeno) contribuyen a
reforzar el ego. En la filosofía budista, el amor real es el amor compasivo, y
el amor y el ego
son incompatibles.8
Recientes estudios científicos han demostrado que la meditación produce un incremento de la actividad
en las zonas cerebrales relacionadas con las emociones positivas y una
disminución de la actividad en las zonas relacionadas con la ira y la
depresión.9 10
El «egoísmo altruista» es la filosofía de las
relaciones humanas predicada por Jesucristo («ama a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a ti mismo»).
El altruismo es la forma de entender el amor para Leibniz,
quien cree que, si uno realmente entiende y busca el amor, siempre obtendrá
placer en la felicidad de otro.11
Amar
verdaderamente, y de un modo desinteresado, no es otra cosa que encontrar
placer en las perfecciones o en la felicidad del objeto.12
La psicología
humanista considera que el amor es indispensable para conseguir
una autoestima
saludable.
Es
imposible la salud psicológica, a no ser que lo esencial de la persona sea
fundamentalmente aceptado, amado y respetado por otros y por ella misma.13
Matthieu Ricard en el Foro Económico Mundial de 2009.
Abraham Maslow sitúa al amor en el estrato de afiliación, entre el de seguridad y el de reconocimiento, dentro de su jerarquía
de las necesidades humanas.14
Matthieu Ricard, doctor en bioquímica y monje budista,
pone como ejemplo los comportamientos altruistas que existieron entre judíos
desconocidos entre sí durante la ocupación ocupación
nazi para ilustrar el hecho de que los seres humanos somos
altruistas por naturaleza. «¿Cómo cabe pensar que actuasen por egoísmo en esa
situación?», argumenta.
El
amor compasivo desde el punto de vista científico
Matthieu Ricard se sometió a un exhaustivo estudio
mediante escáneres
cerebrales bajo un estado especial de meditación en el que se genera un estado de amor y
compasión
puros y no enfocados hacia nada ni nadie en particular. Los resultados
mostraron un aumento sin precedentes en la actividad del córtex prefrontal
izquierdo del cerebro,
relacionado con las emociones positivas, mientras que la actividad en la zona
del lóbulo derecho relacionada con la depresión disminuía, como si la compasión fuese
un buen antídoto contra la depresión. Y también disminuía la actividad de la amígdala,
relacionada con el miedo y la ira. Por otro lado, un grupo de empleados de una
empresa realizaron 30 minutos diarios de meditación durante 3 meses. A lo largo
del estudio, reportaron un descenso en sus niveles de ansiedad, y se pudo ver que también se
incrementaba la actividad de su córtex prefrontal izquierdo.9 10
Concepción
egoísta
La concepción anterior es diametralmente opuesta a la
del capitalismo,
que promueve el llamado «egoísmo
inherente al ser humano», y sobre el cual se basa.15 Ayn Rand defiende que el egoísmo
es en esencia un sentimiento noble, y que cada persona es responsable de su
propia felicidad y no de la de los demás. Este pensamiento está íntimamente
ligado al capitalismo puro.16
Juro,
por mi vida y por mi amor por ella, que nunca viviré por el bien de otro
hombre, ni pediré a otro hombre que viva por el mío.17
Tanto El manantial
como La
rebelión de Atlas, las dos últimas obras de ficción de Ayn Rand, siguen
apareciendo en la lista de clásicos más vendidos de Barnes and Nobles, mientras
guionistas están trabajando en adaptaciones al cine de ambas obras. Según una
encuesta realizada a los lectores del Club del Libro del Mes de la Biblioteca
del Congreso, La Rebelión de Atlas
ocupaba el segundo lugar, siendo considerado, después de la Biblia,
como «el libro más influyente para los estadounidenses hoy en día». Estudiantes
universitarios, profesores, hombres de negocios, Alan Greenspan, la banda de rock Rush
y el principal asesor económico del presidente ruso Vladimir Putin, todos se proclaman fans de Ayn Rand.18
En su película de 1948 Rope,
y probablemente influido por los recientes sucesos del nazismo, Alfred Hitchcock ilustró mediante un ejemplo ficticio
los peligros que supone llevar una idea teórica a la práctica hasta sus últimas
consecuencias y sin reparar en otras consideraciones.
El amor sexual, en cualquiera de sus variantes,
constituye asimismo un amor marcadamente egoísta; lo que se manifiesta como un
altruismo hacia la pareja constituye una manifestación de puro egoísmo respecto
al resto de la sociedad; el propio acto sexual se desarrolla bajo un estado de
egoísmo personal en el que el individuo busca su propio placer, ya sea de forma
directa o por la gratificación que le produce el placer de su pareja. En la
misma línea, Sigmund Freud consideraba que todas las motivaciones
humanas tenían un trasfondo libidinoso,
y, por lo tanto, egoísta. Al considerar el amor compasivo sublimado,
describe al amor como un comportamiento exclusivamente narcisista; para él las personas solo aman lo que
fueron, lo que son, o lo que ambicionan ser; distingue, incluso, entre grados
saludables y patológicos de narcisismo. Escribió, entre otras cosas, que el
amor incondicional de una madre lleva a una perpetua insatisfacción: «Cuando
uno fue incontestablemente el hijo favorito de su madre, mantiene durante toda
su vida ese sentimiento de vencedor, mantiene el sentimiento de seguridad en el
éxito, que en realidad raramente se satisface». Es una forma de entender las
relaciones humanas que se ha extendido durante el siglo XX desde Estados Unidos a otros países occidentales, y actualmente existe una dura pugna
entre sus defensores y detractores. Francia
y Argentina
son los dos países que más se resisten a abandonar la cultura del psicoanálisis.
En España,
más del 9% de los psicólogos siguen ya este paradigma.19 20
El
amor en la sociedad capitalista
Según Deleuze y Guattari, el capitalismo deshumaniza.
El capitalismo sitúa a la sociedad dentro del marco de un proceso de
producción. Con este marco, el amor se convierte en un elemento
más de dicho proceso. Las empresas analizan al ser humano y buscan la forma de extraer de él la
mayor cantidad de consumo, no dudando en utilizar el amor y el sexo como
reclamo de un modo desnaturalizado y grotesco: la empresa evoca en el
consumidor sentimientos amorosos y de deseo, pero su fin último no es buscar el
amor ni el sexo por parte del consumidor, sino su dinero y su trabajo. Como
consecuencia, se produce deshumanización al identificarse el amor a otro ser
humano con el amor a un producto, ya que dicha asociación trae,
inevitablemente, la asociación del propio ser humano con un producto. Gilles
Deleuze y Félix Guattari consideran que el capitalismo produce
una perversión del concepto natural del amor, situando al ser humano como parte
de una máquina productora y destruyendo el concepto del cuerpo y el alma.21
Escriben, en Anti-Edipo:
«el capitalismo recoge y posee la potencia absurda y no poseída de la máquina.
[...] en verdad, no es para él ni para sus hijos que el capitalista trabaja,
sino para la inmortalidad del sistema. Violencia sin finalidad, alegría, pura
alegría de sentirse en un engranaje de la máquina, atravesado por los flujos,
cortado por las esquizias.»22 Michel
Foucault, refiriéndose a la sociedad capitalista, insiste en
su prefacio de 1977
para la edición inglesa de Introducción
al esquizoanálisis que se opone «no solo al fascismo histórico, sino también al fascismo que
hay en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario,
el fascismo que nos hace amar el poder, desear esa misma cosa que nos domina y
explota».23
Podemos encontrar una abierta declaración de muchos de los actualmente tácitos
valores del capitalismo agresivo en el Manifiesto
futurista, escrito por Filippo
Tommaso Marinetti, en 1909.
Dentro de la cadena productiva, o, como se la conoce
en el mundo anglosajón, «cadena de comodidad», la mentira también es un
elemento válido; de hecho, es un elemento recurrente y necesario para que el
sistema no sucumba. Es, literalmente, lo que en política se conoce por demagogia; se miente al consumidor con propósitos
egoístas, y ello lleva, según los autores anteriormente citados, a una «esquizofrenia»
de las relaciones humanas a todos los niveles, haciendo imposible el amor real.21
Werner Sombart consideraba la desnaturalización del
amor en la sociedad como una última etapa de un proceso destructivo de
evolución que no es privativo de la cultura occidental:
En primer lugar, el amor perdió su individualidad con el cristianismo, que lo unificó y teocratizó: ningún amor era genuino si no provenía
de Dios,
si no era aprobado por la Iglesia.
Le siguió un período de «emancipación de la carne», que comenzó con tímidas
tentativas y que se continuó, con los trovadores, con un período de sensualidad más
acentuada, de desarrollo pleno del amor libre e ingenuo. Por último,
aparecieron una etapa de gran refinamiento y, como colofón, la relajación moral
y la perversión.24
Manifestaciones
del amor
En las relaciones de la persona con su medio, el amor
se ha clasificado en diferentes manifestaciones; en virtud de ello, pueden
aparecer una o más de las siguientes:
- Amor autopersonal: El amor propio, amor compasivo, es, desde el punto de vista de la psicología humanista, el sano amor hacia uno mismo. Aparece situado como prerrequisito de la autoestima y, en cierto contexto, como sinónimo de ésta. Es algo positivo para el desarrollo personal e indispensable para las buenas relaciones interpersonales,14 y no debe confundirse con el narcisismo, que conlleva egocentrismo y que coincide con una autoestima baja.25 Para el budismo, que califica al ego como una mera ilusión de nuestra mente, el amor real, amor compasivo, sólo existe cuando se dirige hacia otra persona, y no hacia uno mismo. Para el psicoanálisis, que, de forma completamente opuesta al budismo, califica al ego como la única realidad, el amor autopersonal siempre es narcisismo, que puede ser, a su vez, saludable o no saludable.
- Amor incondicional: Es el amor compasivo, altruista, que se profesa sin esperar nada a cambio. El amor espiritual, predicado por las diferentes religiones, es el amor incondicional por antonomasia. El amor maternal, o amor de madre a hijo, se reconoce también como amor de este tipo, y, por tradición, se considera motivado por un fuerte instinto que lo hace especialmente intenso; no obstante, hay también quien cuestiona la existencia de dicho instinto.26
- Amor filial: Entre hijos y padres (y, por extensión, entre descendientes y ancestros).
- Amor fraternal: En su sentido estricto, es el afecto entre hermanos, aunque puede extenderse a otros parientes exceptuados los padres y los descendientes. Nace de un sentimiento profundo de gratitud y reconocimiento a la familia, y se manifiesta por emociones que apuntan a la convivencia, la colaboración y la identificación de cada sujeto dentro de una estructura de parentesco. Desde el punto de vista del psicoanálisis, el fraternal es, al igual que el amor filial, sublimado, ya que está fundado en la interdicción del incesto.
- Amistad: Cercano al amor fraternal, es un sentimiento que nace de la necesidad de los seres humanos de socializar. El amor al prójimo nace a su vez del uso de la facultad de la mente de empatizar y tolerar, y constituye la abstracción de la amistad. Para Erich Fromm, dicho amor al prójimo equivale al amor fraternal y al amor predicado en la Biblia mediante la frase «amarás al prójimo como a ti mismo».27
Amor fraterno (figurillas prehispánicas de barro,
250-900 d. C.). Pueblos indígenas del Centro de Veracruz. Museo de
Antropología de Xalapa, México).
- Amor romántico: Nace en la expectativa de que un ser humano cercano colme a uno de satisfacción y felicidad existencial. Este sentimiento idealiza en cierto grado a la persona objeto de dicha expectativa, definida en la psiquis.
- Amor confluente: Amor entre personas capaces de establecer relaciones de pareja, definido a mediados del siglo XX. Aparece por oposición al amor romántico: no tiene que ser único, no tiene que ser para siempre, no supone una entrega incondicional, etc.28
- Amor sexual: Incluye el amor romántico y el amor confluente. El deseo sexual, según Helen Fisher, es diferente del amor romántico y del afecto (véase su estudio al respecto). Desde el punto de vista de la psicología humanista, el amor romántico —y el amor interpersonal en general— está relacionado en gran medida con la autoestima.
Representación del amor
- Amor platónico: Con propiedad, es un concepto filosófico que consiste en la elevación de la manifestación de una idea hasta su contemplación, que varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia. Para Platón, el verdadero amor es el que nace de la sabiduría, es decir, del conocimiento.29 Vulgarmente, se conoce como una forma de amor en que no hay un elemento sexual o éste se da de forma mental, imaginativa o idealística y no de forma física.
- Amor a los animales y a las plantas: Nace de un sentimiento protector.
- Amor hacia algo abstracto o inanimado: A un objeto físico, una idea, una meta, a la patria (patriotismo), al lugar de nacimiento, al honor, a la independencia (integridad). Puede considerarse amor platónico en su sentido filosófico. El patriotismo puede ir asociado a la heroicidad, en cuyo caso constituye un comportamiento de altruismo respecto a su grupo, que en esencia es un comportamiento de egoísmo respecto a otro grupo en la medida en que no se considera al otro grupo de la misma condición.
- Amor hacia un dios o una deidad (devoción): Suele nacer de la educación recibida desde la infancia, y se basa en la fe. Se considera a Dios como la fuente de todo amor. En la mayoría de los casos, existe la creencia de que, tras la muerte, Dios premiará de alguna forma a las personas que la correspondiente religión considere virtuosas.
- Amor universal: Amor espiritual que, según diferentes religiones, todas las personas pueden llegar a profesar al medio natural y que los grandes místicos experimentan como expresión del nirvana, éxtasis o iluminación, estados de conexión absoluta con el universo o con Dios. Es una manifestación sublime en la que se eclipsan o confluyen el resto de las manifestaciones. Eckhart Tolle sostiene que el amor, como estado continuo, aún es muy raro y escaso, tan escaso como un ser humano consciente.30
Simbología
Desde tiempos inmemoriales, el amor y todo lo
relacionado con él se ha asociado con símbolos e iconos.
De los que han sobrevivido hasta la actualidad, unos son autóctonos de las
diferentes culturas o ligados a las costumbres de determinados lugares geográficos, y otros, con el paso de los siglos, se
han convertido en interculturales o incluso universales en el mundo
civilizado. Las flores,
el color rojo,
determinados perfumes
o la música
romántica, ensoñadora o erótica, son elementos que se repiten
en una buena parte de las relaciones amorosas. En el caso de Occidente, los bombones,
entre otros detalles, se interpretan en ocasiones con un significado amoroso.
De todos los símbolos utilizados, los más característicos en la cultura
occidental son el cupido, y,
sobre todo, el corazón.
Cupido
La figura de Cupido
en forma de putto
es una imagen recurrente. En el caso del amor romántico, suele representarse con un arco
y unas flechas,
las cuales, a menudo con los ojos vendados, dispara sobre las personas,
produciéndoles así el enamoramiento.
El origen de Cupido se remonta a la mitología
romana, si bien su figura ya existía en la mitología
griega bajo el nombre de Eros,
el dios primordial responsable de la atracción
sexual, el amor y el sexo,
venerado también como un dios de la fertilidad.
La flecha de
Cupido también posee orígenes grecolatinos, y su influencia se hizo
notar claramente en la poesía española desde la época
medieval, aun sin la aparición del dios Amor. Bajo múltiples nombres (vira, asta,
flecha, saeta, tiros, arpón, dardo, espina...), aparece en la literatura medieval, renacentista y posrenacentista con un sentido
amoroso que se repite indefinidamente con pocos matices diferentes y mucha retórica. Sin embargo, el tema de la flecha
alcanza un plano más elevado, teñido de toques conceptuales nuevos con
dimensión trascendente y expresión paradójica, cuando se desarrolla en
versiones a lo divino. De éstas, es significativa la narración de Santa Teresa
de Jesús en un pasaje del Libro de su vida, en el que cuenta su transverberación
en presencia de Serafín.31
A partir del Renacimiento, la figura de los putti llegó a confundirse con los querubines, confusión que perdura en la
actualidad. Tanto los putti
como los cupidos
y ángeles
pueden encontrarse en el arte religioso y secular desde la década de 1420 en Italia, desde finales del siglo XVI en los Países Bajos y Alemania, desde el período manierista
y el Renacimiento tardío
en Francia,
y a lo largo del Barroco
en frescos
de techos. Los han representado tantos artistas que presentar la lista de estos
sería poco útil, aunque entre los más conocidos se encuentran el escultor Donatello y el pintor Rafael;
dos putti en actitud curiosa y
relajada que aparecen a los pies de su Madonna
Sixtina son reproducidos con frecuencia.32
Experimentaron una revitalización importante en el siglo XIX, y comenzaron a aparecer retozando en
obras de pintores académicos,
desde las ilustraciones de Gustave Doré para Orlando Furioso, hasta anuncios. Actualmente son un
motivo muy utilizado como representación del amor en imágenes destinadas a la mercadotecnia;
tal es el caso de muchas postales de
San Valentín.
Corazón
Postal de San
Valentín de 1910.
El conocido y peculiar corazón actual.
El símbolo del corazón es el que más frecuentemente se
relaciona con el amor. Cuando aparece atravesado por la flecha de Cupido,
simboliza el amor romántico, y es la forma común en la que las
parejas adolescentes lo dibujan en los más variopintos
lugares para dejar constancia de su amor. También se hace alusión al corazón
real o al pecho de los amantes como fuente y receptáculo del amor, y son
comunes expresiones como «partir» o «romper el corazón» como sinónimo de crear desamor, «robar el corazón»
como sinónimo de producir enamoramiento, «abrir el corazón» como sinónimo de
ofrecer amor, y una larga lista con significados en los que los elementos
comunes son el amor y el alma.33
El origen del corazón del amor parece ser incierto, y
existen diversas teorías. La idea del corazón como fuente de amor se remonta
como mínimo a hace varios milenios en la India,
China
y Japón,
con el concepto de chakras
como centros de la «energía vital universal», de los cuales el que se encuentra
a la altura del corazón se manifiesta, según se afirma, en forma de amor y
compasión.
Respecto al símbolo propiamente dicho, hay quien lo
atribuye a una planta originaria del norte de África, conocida como silfio34
(generalmente considerada un hinojo
gigante extinto, aunque algunos afirman que la planta
es realmente Ferula tingitana;35
no confundir con el género
actual Silphium).
Durante el siglo VII a. C., la ciudad-estado de Cirene
tenía un lucrativo negocio con dicha planta. Aunque se usaba principalmente
como condimento,
tenía la reputación de poseer un valor adicional como método
anticonceptivo. La planta era tan importante para la economía de
Cirene que se acuñaron monedas con la imagen de la vaina o cáscara,36
la cual tenía la forma del símbolo del corazón que conocemos actualmente. Según
esta teoría, dicho símbolo se asoció inicialmente con el sexo, y, posteriormente, con el amor.37
La Iglesia
católica sostiene que la forma del símbolo no apareció hasta
el siglo XVII,
cuando Santa Margarita
María Alacoque tuvo una visión del mismo rodeado de espinas.
Este símbolo se hizo conocido como el Sagrado Corazón
de Jesús, se asoció con el amor y la devoción, y empezó a aparecer a menudo en vidrieras y otros tipos de iconografía eclesiástica. No obstante, aunque el Sagrado Corazón
probablemente popularizase el símbolo que hoy conocemos, la mayoría de los
eruditos coinciden en que ya existía desde mucho antes del siglo XV.37
Existen otras ideas menos románticas acerca del
origen. Algunos afirman que la forma actual del símbolo surgió simplemente de
burdos intentos de dibujar un corazón humano real, el órgano
que los antiguos, entre ellos Aristóteles, creían ser el contenedor de todas las pasiones.
Un importante erudito sobre la iconografía del corazón sostiene que la
imprecisa descripción anatómica que hizo el filósofo, como un órgano de
tres cámaras con la parte superior redondeada y la inferior puntiaguda, pudo
haber inspirado a los artistas medievales
a la hora de crear lo que hoy conocemos como la «forma de corazón».38
A su vez, la tradición medieval del amor cortés pudo haber reforzado la asociación del
símbolo con el amor romántico.37
Los corazones proliferaron cuando el intercambio de postales de
San Valentín ganó popularidad en Inglaterra en el siglo XVII. En un principio, las cartas eran simples, pero los victorianos
hicieron que fuesen más elaboradas, empleando el símbolo del corazón en
conjunción con cintas y lazos.37
Actualmente, el símbolo está extendido por todo el
mundo civilizado, y puede encontrarse en los más diversos ámbitos, lugares y
momentos, incluyendo los naipes
de diversas barajas,
como la inglesa, la francesa o la bávara,
tapices,
pinturas,37
y como elemento decorativo en objetos cotidianos. También
constituye el emblema
de la Cardiología.39
Superstición
recusos naturales del ecuador
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